«Una trompeta y un piano»

Era su primer día en el instituto. Los nervios le recorrían cada centímetro de su piel y cada paso que daba hacía la puerta de la entrada parecía que ésta se alejaba más. Que nunca llegaba.
Le había costado muchas lágrimas convencer a su padre para que le dejase ir al instituto. Luis solo quería ser un adolescente normal. Tener amigos, relacionarse y vivir las aventuras de gente de su edad que, de vez en cuando, veía en las películas americanas. Hasta ese día, su padre no le había dejado ir al colegio, había tenido que estudiar en casa.
El tiembre de incio sonó justo cuando entraba a su clase. Nadie lo miraba, nadie se sentaba a su lado. Era como si no estuviese. Elena, la profesora y tutora del curso, les dio la bienvenida y presentó a su nuevo compañero. Nadie se inmutó.
Luis tenía un nudo en la garganta, las ganas de llorar se apoderaron de él. Estaba a punto de salir corriendo de clase cuando alguien llama a la puerta y, aunque sabía que Elena estaba regañando a la recién llegada por retrasarse el primer día, él no era capaz de apartar los ojos de aquella chica de cabello castaño y ojos claros con un cuerpo increíble. Y tan increíble, sabía cómo llamar la atención con esos pantalones cortos ajustados y un top lencero que dejaba a la vista más de lo que Luis esperaba. Necesitaba acercarse a ella y la suerte le sonrió. Se sentó a su lado y su brazo rozó el suyo. Se estremeció y ella lo notó. Amablemente se presentó, le ofreció ayuda en su primer día y sin saber cómo a la hora del recreo, estaban los dos en un banco compartiendo sus mayores pasiones. Él, la trompeta. Ella, casualmente, el piano.