«Después de las cenizas.»

Según aterrizaba el avión, mi pulso aumentaba gradualmente. Tenía el presentimiento de que mi vida iba a dar un giro más grande que la capacidad de memoria de mi querida réflex.
¿Por qué el tiempo pasa tan lento cuando está infectado por el parásito de la angustia?
Conté hasta tres, mientras respiraba hondo, preparado para hacer ese reportaje, que en breves inundaría las portadas de todos los periódicos del país.

Cuando llegué a la lejana isla de destino, me sentí ligeramente incómodo intentando no tropezarme con los escombros. —Gajes del oficio, supongo—me dije a mí mismo. Notaba la respiración cargada, pero consideré que se trataba de la gran cantidad de cenizas, bailando al son de la atmósfera. Ese olor a quemado, no venía de mi equipo, así que era el momento de ponerse manos a la obra.

Se podría decir que mi cámara, había sido mi compañera de vida. Nos sincronizábamos tan bien, que sentía que podía ver a través de ella. Éramos dos máquinas unidas por un mismo objetivo. Cuando hicimos zoom sobre ese trozo del paisaje demacrado, se apreciaban mejor las lágrimas de aquel niño. Su recorrido, iba dejando huella, ya que limpiaba esa capa oscura que cubría el dulce rostro. ¡Se trataba de la imagen perfecta!

Mi dedo se encontraba a un milímetro de pulsar el botón de capturar, pero había algo que me lo impedía. Había una extraña luz, que entraba por la apertura de mi alma, en vez del diafragma. El aparato constaba del modo anochecer, comida, paisajes... Pero no había ninguno para detectar esta sensación. Apagué la cámara, encendí mi humanidad, y lancé a la criatura un abrazo con la intensidad subida al máximo.

¿Y si el magma de este lugar, ha conseguido derretir el hielo de mi corazón?