Y ojo, no quiero frivolizar con esto. Ante todo, respeto las últimas voluntades de mi tío abuelo. Pero ¿en qué momento de la vida se supone que está uno preparado para cuidar de un zombi? Recuerdo la mañana que llegó; afortunadamente no tuve que acudir a recogerlo al aeropuerto, porque ya le habían dado mi dirección previamente. El zombi que había heredado era Regino, un íntimo amigo de mi tío abuelo con el que compartía largas charlas cuando eran jóvenes. He de decir que me alegré al verle y, desde mi ventana, no pude contener un ensordecedor «¡Regino!».
Andaba encorvado, con un pie a rastras, un brazo estirado en dirección al frente y media cara cubierta de sangre. «¡Qué dejado está!», pensé. No sabía a ciencia cierta si la sangre era suya o de algún banquete previo. Regino siempre fue de buen comer.
—¡Rubén! —gritó desde la acera—. ¿Tienes toallas limpias?
Le pedí por favor que se diera prisa. Yo le había dicho a la del tercero que estaba a punto de heredar un apartamento en la playa, y no es por desmerecer a Regino, pero en redes sociales no es lo mismo. Subió las escaleras tarareando algún soniquete de su época, mientras yo le esperaba en la puerta. Vi que andaba hurgando en su mochila, buscando algo que al final pudo encontrar. Ya en el rellano, y para mi sorpresa, descubrí que lo que sacaba de la mochila era un viejo teléfono de rueda que arrastraba un cable tan sucio que asustaba al mismísimo miedo. Con gesto bonachón, y mientras acercaba el teléfono a pocos centímetros de mi pecho, me dijo: «Me ha asegurado el taxista que ahora se puede ver a la gente dentro del teléfono. ¿Eso es verdad?
—Pasa, Regino. Tengo que explicarte muchas cosas.
Lo de heredar un zombie es magistral... Je, je, je.
Me ha encantado.
Saludos Insurgentes
Original historia, me gusta 😊