«300»

—No quisiera perjudicar al mensajero mi señor, pero es probable que haya habido un error al comunicarme la petición. Claramente el encargo fue, y cito: «Trescientas alfombras para el sultán antes de que acabe la estación seca». Y aquí las he traído. He puesto a trabajar a medio pueblo señor. Era difícil hacerlo a tiempo, pero lo he logrado. —dijo el mercader dirigiéndose al estrado.

—Bien... —respondió el sultán desde su elevada posición —¿Y para qué querría yo trescientas alfombras?

—Lo desconozco señor. Este humilde siervo solo trae lo encargado.

—El encargo era una alfombra de 30 pies de alto y 10 de ancho.

—Reitero, sin pretender faltarle el respeto, no fue lo que se me comunicó señor. Mi hijo y mi sobrino aquí presentes fueros testigos de ello.

—¿Y tiene alguna alfombra que se ajuste a esas medidas?

—Por supuesto señor, pero si sugiere en comprarme tan solo esa pieza y dejarme las doscientas noventa y nueve restantes me destroza el corazón. Me he endeudado de por vida, vendido mis tierras, hipotecado mi casa... El futuro de mi familia depende de este encargo... —dijo el mercader con los ojos húmedos y la voz entrecortada.

El sultán, visiblemente afectado consultó con sus consejeros. Tras unos instantes de deliberación las trescientas alfombras fueron compradas.

El mercader, su hijo y su sobrino abandonaron la ciudad tras el intercambio.

—Se lo dije o no se lo dije... Con este sultán iba a ser pan comido. —dijo el hijo a su padre.

Los tres rieron.