¡No éramos más que escoria, Nan! No nos consideraban iguales. Sus mascotas tenían más derecho que nosotros por ser negros. Nos insultaban, escupían, ridiculizaban y mataban sin que nadie hiciera nada. Éramos el eslabón perdido entre el animal y el humano, pero inferiores, como las mujeres. Esos malditos descendientes de los británicos, nos enjaulaban, nos habían expuesto en zoos como animales exóticos, separado a familias enteras… Vieron que la esclavitud podría ser moldeada para ajustarse a los gustos de la época y se llenaron sus bolsillos a costa de nuestro sudor y sangre. En las grandes ciudades, llámalas «sirvientas», en los campos «recogedores de algodón». Así nos habían visto por más de cien años.
Luther fue el primero con el valor de salir a un escenario y gritarlo a los cuatro vientos: la esclavitud ya no era legal, que algunos estados del sur insistieran después de todo… No ver el valor de la persona por encima de su tono de color, defenestra in facto toda idea de humanidad del pastor. Íbamos a la iglesia casi cada día, eso ya lo sabes, qué siempre llevo mi estampita de Jesucristo en el pecho, pero para mí más que una religión, era una hermandad, donde a todos se nos trataba igual sin que importara tu procedencia o el color de tu piel.
Hubo violencia, Nan, no te voy a mentir. Nada se logra sin pelear. Imperaba la anarquía en Memphis o Nueva York de los ochenta, todos los hijos africanos contra la injusticia blanca. Yo le admiraba y lo hago. Su fortaleza nos inspiró para luchar por la justicia, y su asesinato lo elevó a mártir en una lucha que dura hasta hoy en día.
Nan, mi niña, quiero que seas fuerte, porque la vida no te lo pondrá fácil.
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes
Saludos!