Los Sanders celebraban una fiesta en honor a la pequeña Ashley, que cumplía cinco años ese mismo día, en el jardín de su casa de Nashville, capital del estado de Tennessee.
Los niños correteaban por el césped, gritando y empujándose unos a otros, mientras los adultos charlaban amigablemente, dando debida cuenta de unas latas de cerveza, alrededor de las brasas de la gran barbacoa que habían preparado.
En ese momento, se abrió la puerta de la casa que había al otro lado de la calle y apareció una niña, de la misma edad de la cumpleañera, precediendo a sus padres. Como si del ojo de un huracán se tratase, el bullicio que se escuchaba junto a los rescoldos del fuego, cesó de forma abrupta, generando un silencio desolador que apenas se veía interrumpido por el balbuceo de algún niño que todavía no se había percatado de lo que allí acontecía.
Entonces, para sorpresa de los allí presentes, la pequeña Ashley salió al encuentro de la otra niña y la abrazó amigablemente. Los padres de los otros niños quedaron boquiabiertos primero y comenzaron a murmurar acto seguido. Algunos, incluso, fueron a por sus hijos y abandonaron la fiesta. Una de las madres, se acercó a los anfitriones del evento y les dijo.
- ¿De verdad permitís que vuestra hija juegue con ese tipo de personas?
- Según tu parecer – Replicó la madre Ashley – ¿Qué mal ha hecho esta niña encantadora que no haya podido hacer la tuya?La primera, frunciendo el ceño, alzó la voz y respondió.
- ¿Es que no ves el color de su piel?- Y, ¿qué me quieres decir con eso? – Repuso el padre – ¿Acaso es tu color de piel y no tu forma de ser lo que te hace ser mejor persona?
Me ha encantado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes