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Se paró a descansar. Hacía cientos de años que no paraba a descansar la noche del 24 de diciembre. Siempre lo hacía durante el día de Navidad, cuando el trabajo de toda la noche ya estaba acabado: los regalos entregados, los niños felices y los padres satisfechos. Tampoco es que, en otras ocasiones, estuviese cansado. Simplemente ese día no hacía nada más que sentarse a disfrutar de la alegría de los demás. Pero este año era diferente. Por primera vez, sabía lo que era el cansancio. Se sentó en el bordillo de la acera y, mientras se acariciaba su barba blanca (¿se había vuelto más gris o era su imaginación?) pensaba en todos esos negacionistas que, durante años, creían que no había tal cosa como el Cambio Climático. ¡Ja, que se lo digan a él! Su fábrica y taller derretidos y nadie quería hacer nada al respecto.
Le vibró el móvil. Esa era otra, ahora tenía que lidiar con este aparato que, pese haberlo regalado tantas y tantas veces, no acababa de entender del todo. Llegaba tarde, le reclamaban en prácticamente todas las jugueterías del mundo. Miró con tristeza la bici que descansaba a su lado, la levantó. Se puso a la espalda la mochila cuadrada rara esa y se subió a su nuevo vehículo de reparto. ¡Quién se lo iba a decir! Y, sobre todo, como se enterasen tres orientales que se sabía él, sería ya la perdición.
Volvió a pedalear, la barriga tocaba constantemente el manillar. Mientras trataba de mantener el equilibrio y se dirigía a la siguiente juguetería de la noche, supo que esa Nochebuena iba a ser diferente para todos los niños del mundo. Sin duda, este año los Reyes Magos ganarían en popularidad.