—No lo hagas, por favor —me suplica con voz trémula.
«No, otra vez no. No me hagas esto de nuevo, Adria».
Por mucho que pueda llegar a rogarme, sé lo que debo hacer. Una parte de mí quiere apretar el gatillo, pero otra no es capaz de hacerlo por fatal que resulte el desenlace; pese a todo lo que ha ocurrido, la quiero demasiado como para disparar contra ella.
Las manos me tiemblan demasiado y no consigo mantener firme la empuñadura. Me da auténtico pavor tener que volver a sostener mi Hammerli y vaciar el cargador en su cabeza una vez más para hacer que desaparezca de nuevo. Como cada primero de noviembre desde hace tres años, me saca a rastras de la cama para que vayamos a desayunar fuera por nuestro aniversario.
Nuestra historia no debería haber terminado, no de aquel modo al menos. Supongo que por eso Adria siempre vuelve, para poder al fin tomar nuestro tradicional desayuno de celebración sin que ningún conductor imprudente lo impida.
Cierro el ojo derecho para ajustar la mirada sobre el alza de la pistola y contengo la respiración.
Suena un disparo.
«Espero que este año sea el definitivo».