«No tomes la palabra del abuelo en vano»

—Hay que sacar al perro y yo no puedo.
—Es tardísimo, papá.
—Lo sé, pero mis piernas vuelven a fallar.
Marco obedece a regañadientes y camina hacia la puerta. Antes de irse, recuerda guardarse un saquito en el bolsillo más grande del abrigo.

En el ascensor su reloj da la medianoche. Es la primera vez que sale solo a esa hora. Al pensar en ello, imagina a su malogrado abuelo contándole una historia:

«Cuenta la leyenda que una fallera, durante la hoguera del monumento que festejaba la entrada de la primavera, lloraba desconsolada, nadie sabe por qué. Cuando se le agotaron las lágrimas, empezó a morderse las uñas. Siguió y siguió hasta que tuvo muñones en lugar de manos. Aquel día la chica desapareció. Durante las noches de marzo, el fantasma enloquecido de la fallera aparece en las calles desiertas para comerse las uñas de los que transitan solos. Que Dios se apiade del que tenga el vicio de mordérselas y el fantasma le encuentre. Toma esta bolsita y llévala siempre».

En el portal pide al perro un trámite rápido, pero este quiere darse un festín de olores y tira con fuerza, obligándole a correr. Para cuando se da cuenta, está en una calle desconocida, muy oscura. El jadeo de la mascota resuena. Le sujeta el hocico y logra escuchar algo como el ruido de dientes pelando pipas. El corazón empieza a bombear miedo y, al girarse, se topa con un fantasma cadavérico vestido de fallera que levita mientras mordisquea las garras de un gato muerto.
El espectro empieza a aproximarse y el niño se apresta a sacar la bolsita del abuelo. Para detener su asedio se la entrega. Este la abre, descubre cientos de uñas cortadas y empieza a devorarlas.


Muchos años después, Marco terminará vendiendo saquitos de uñas en mercados medievales. Pero antes, dejará de comérselas.