«El viaje de Yacuruna»

Las noticias de todo el mundo echan fuego desde hace una semana. La Amazonia se quema. Hasta hoy, un tercio de su superficie ha muerto calcinada, con el desvanecimiento de sus gentes y leyendas.

Yo vivo a ocho mil quilómetros de distancia, ajeno al desastre. En mi sistema límbico no hay espacio para otras emociones distintas a las que provocan mis variopintos encuentros amorosos. Esta noche tengo otra cita, en el distrito marítimo.

Dentro de la mochila guardo bebida de ayahuasca, junto al libro Iniciación al Chamanismo; necesitaré ambas cosas en casa de Vanesa, donde nos entregaremos a los rituales y al sexo.

Camino deprisa por la acera que delimita la playa, y de pronto se levanta un viento huracanado que crea remolinos de arena. Sorprendido por la violencia del fenómeno me guarezco bajo un banco.
De súbito, los silbidos que provocaba la sublevación del aire dejan de escucharse y, tras unos segundos, levanto la cabeza para salir despacio. Mientras sacudo la arena del pelo escucho algo que proviene de la playa. Me giro y veo a alguien moverse. Parece vestido de buzo, pero cuando llega al paseo las farolas iluminan la verdad. La mirada de un enorme ser fibroso descubre a la única persona presente. Quiero huir pero mis pies parecen claveteados al suelo. Se está acercando con ademanes amenazantes. Se detiene frente a mí. Tiene aire humano, escamada piel verde y una cresta por la espalda. Su respiración parece de ira y creo que el mínimo gesto provocará una reacción brutal.

Rezo para que no huela a miedo, pero es en vano porque su larguísimo brazo atrapa mi cuello y me eleva a los infiernos. Mientras estrangula toda esperanza la mochila cae al suelo quedando el libro abierto por una página con la imagen del espíritu morador de la selva baja del Amazonas.