«Al fondo del pasillo...»

Al fondo del pasillo el atril vacío me grita que lo han desnudado y el resto de libros me lo recriminan en un eco ensordecedor, como si fuese yo culpable de esto. Me giro un poco aturdida a mirar a mi alrededor y, aunque el repaso ha sido rápido, no me ha parecido ver ningún otro libro desaparecido. Bien, eso está bien. Me acerco al atril en lo que podría ser una mezcla entre pesadumbre y ansia y siento una bocanada de aire frío cuando la luz de los ventanales deja de darme directamente. El libro no está y el paisaje resulta desolador. Por mi cabeza se repiten de mil formas distintas las cuestiones que parecen susurrarme el resto de libros: “¿Cómo voy a explicar esto? ¿Dónde está el libro? ¿Quién o qué lo ha robado? ¿¡Por qué!?” El golpe que suena al fondo de la estancia hace que de un bote asustada y, aunque intento no repetirme en exceso que el sonido era muy similar al de un libro cayendo, se me empapan de miedo los ojos tan solo de pensarlo. Tengo una sensación de agobio y confusión desagradable y estoy controlando mi respiración cuando suena otro golpe aún más aparatoso que el anterior al otro lado de la sala. De mi boca escapa ahora un sonido ahogado cuando escucho lomos de libros chocando con el suelo y hojas doblándose. Sea lo que sea se está acercando y yo no puedo hacer otra cosa que agarrarme temblorosa al atril deshabitado. Quiero llorar por mí, por los libros y por lo que quedará de esto, pero soy incapaz, y justo cuando la primera lágrima roza mi mejilla… noto sobre mí la oscuridad más pesada que nunca había conocido.