Siempre le había gustado la noche de Halloween o de los muertos vivientes, como prefería llamarla él. Era fácil confundirse con la marabunda de gente disfrazada, pasar desapercibido, era casi como sentirse vivo.
Esa noche, siempre la esperaba con un pellizco de inquietud y nerviosismo, sobre todo desde que la vio y se enamoró, o eso pensó, porque es muy difícil definir sentimientos que no se tienen, pero eso…es otro tema.
Años atrás, caminaba como uno más, cuando de repente apareció. Llevaba un disfraz de vampira que se le pegaba al cuerpo como una segunda piel, sus interminables piernas acababan en unos altísimos tacones que la hacían contornear sus caderas de manera hipnótica al andar. Al pasar a su lado, unos enormes ojos negros se le clavaron tan hondo que pensó que volvería a morir. La siguió el resto de la noche, de fiesta en fiesta hasta que la primera luz del alba apareció en el horizonte.
No pudo quitársela de la cabeza y año tras año volvía. Se conformaba con poco, un pequeño roce, una mirada fugaz, el ruido de su risa. Cuando la encontró en compañía de otro hombre, no supo cómo reaccionar y a punto estuvo de utilizar sus habilidades de no vivo. La siguió con más osadía, recortando las distancias e incluso se atrevió a bailar con ella. Al final de la noche, estando a tan solo un beso de ella, supo que la tenía que llevar a su mundo, no la volvería a dejar allí.
Ahora vaga por el inframundo como alma en pena y se le llevan los demonios cuando llega la noche de Halloween, porque no soporta ver como ella se acicala con esmero, para volver a encontrarse con el otro.