«Arde en el corazón»

Una antorcha sagrada, siempre encencida, brillaba en la mano de la estatua de la diosa más pura y bella, la virgen Vesta, guardiana del fuego y del hogar. Estaba situada en el altar mayor del templo, que lucía más engalanado que nunca, pues eran las festividades Vestalias.

Yo era una de las vestales más jóvenes, encargada de los adornos florales.

Hubo grandes festejos, todo el esfuerzo que habíamos empleado durante meses había dado sus frutos.

Nosotras además de adoradoras de Vesta, éramos las vírgenes cuidadoras del fuego, indispensable para la existencia, pues no solo se utilizaba en la cocción de alimentos, sino también en los sacrificios y altares sagrados.

Cada vez que se celebraba el día de una deidad la urbe se llenaba de extranjeros que aumentaban la economía pero también el riesgo de una invasión 0000pues las murallas de la ciudad se abrían de par en par.

Cuando más ebrios se hallaban nuestros soldados una cuadrilla de bárbaros, irrumpió en nuestro templo con intención de robarnos. Nosotras como guardianas estábamos entrenadas en el arte de la lucha para hacer frente a tal tipo de casos.

Opusimos resistencia, luchamos como jabatas, rebanamos pescuezos y segamos algunas vidas en nombre de nuestra diosa, pero nos ganaban en número y fuerza, por lo que fuimos violadas, aliciente de la conquista, torturadas y malheridas o asesinadas después.

Robaron el fuego de la antorcha, nuestros tesoros y se marcharon como vinieron.

Todo había ocurrido tan de prisa… en un momento me vi tirada en el suelo, con una daga clavada en un costado y la sangre derramándose entre mis piernas. Cuerpos sin vida asediaban el suelo y entre ellos me arrastré hacia la estatua, como pude aparté sus ropajes, abrí la trampilla de sus senos y allí seguía brillando el preciado fuego.