Tengo que saltar.
Si cojo suficiente carrerilla, quizás consiga llegar a aquel tejado que parece que aguantaría mi peso.
Si el impulso es lo suficientemente grande, quizás consiga sobrevivir.
¡Tengo que hacerlo!
Las llamas están llegando aquí arriba y ya no hay manera de poder apagar este fuego antes de que me alcancen.
Todas las ventanas inferiores desprenden un fuego abrasador peor que el del mismo infierno.
Quizás es que ha llegado el momento de que el diablo venga a por mi.
La altura es considerable; si no llego a obtener llegar a la cornisa, la caída me matará en el acto.
Morir quemado, o morir espachurrado en la acera.
Difícil dilema.
Complicada elección.
Prefiero tener una oportunidad y saltar y aunque ella ya estaba muerta antes del incendio, se que si me pillan, será peor que ambas muertes apremiantes.
Estoy decidido.
¡Voy a saltar!
Estoy convencido de que llego de sobras y sin romperme ningún hueso del cuerpo.
Pero…
¡No puede ser!
Hay un muro invisible que me hace pararme en seco y precipitarme hacia el vacío.
Veo cómo se va a extinguir mi vida y entonces me despierto.
Me están preparando para la cámara de gas.