Han pasado muchos años desde que me encontraron inconsciente y parcialmente enterrado entre fango y escombros. Me desperté en un humilde hospital creado para la ocasión aunque, en ese momento, ignoraba dónde estaba y qué hacía ahí. Me dolía todo. Yo solo preguntaba por ti pero una señora vestida de verde me hizo saber que solo te podría ver cada vez que cerrara los ojos. Me pasé una semana entera sin abrirlos.
Mamá se fue el mismo día que yo llegué al mundo así que siempre fuimos tú y yo. No teníamos mucho pero nunca sentí que me faltara nada. Todo lo que había encima de la mesa lo traías tú en tu barca azul y amarilla. “Mi vida sucede sobre el mar y bajo el sol” decías siempre para explicarme los colores con los que habías decidido pintarla. Así te encontraron, flotando cerca de la orilla un día después de la gran tormenta iluminado por los primeros rayos de luz.
¡Qué ironía que mi diminuto cuerpo sobreviviera a la riada y tú, un experto pescador, terminaras sucumbiendo a la fuerza del agua!
La vida o, quizás la muerte, me hizo abandonar el pueblo y moverme de un lugar para otro. El tiempo me ha ido transformando. Ya no soy ese niño que temblaba cada vez que escuchaba un trueno y se estremecía ante la inmensidad del mar. He vuelto, papá. Estoy una vez más en el pueblo en el que crecí contigo. En el que te disfruté. Encontré tu barca. Estaba en mal estado y sus colores carecían de la intensidad que un día la caracterizaron. Desmonté sus tablas, las restauré y con ellas diseñé la ventana desde la que hoy miro al mar en los días soleados.
He venido para quedarme.
Enhorabuena!
Saludos Insurgentes