Torpemente, traté de incorporarme para apagar el dichoso aparato. “¡No puede ser! ¡Y encima me dejan atado!”
En ese momento, comenzó a vibrar mi móvil, que estaba sobre la mesilla. Sí, justo encima de mi cabeza y se aproximaba peligrosamente hacia el borde con cada vibración. La suerte estaba echada. Otro chichón que se iba a llevar mí dolorida cabeza.
Tras el impacto, comprobé para mí desgracia, que era mi novia o, mejor dicho, mi futura esposa quien llamaba. Efectivamente, nos casábamos en menos de dos horas y, ni sabía dónde estaba, ni encontraba la manera de deshacerme de aquella soga que me mantenía preso. Así que, hice lo que era previsible: grité tan alto como pude, solicitando auxilio.
Al fin, alguien me escuchó y el servicio de habitaciones acudió a rescatarme. Según me liberaban, vi como una de las chicas trataba, sin éxito, de contener la risa mientras me observaba con cara divertida. “¡Oh, no! ¡Eso no!” Mis amigos, si es que así se les podía llamar, habían tenido la poca decencia de dejarme vestido, únicamente, con un minúsculo tanga de elefante y no había rastro de mi ropa por ninguna parte.
Como no tenía tiempo para más, cogí las llaves del coche y salí corriendo hacia la calle. Todo el mundo se quedaba mirándome y se reía a mi paso.
Al salir al exterior, descubrí que mi coche no estaba allí. Tenía pinta de que me iba a tocar correr con aquellas pintas hasta la puerta de la iglesia.
Ten amigos para esto!
Ja,ja,ja.
Buena narración compañero.
Saludos Insurgentes