No había podido pegar ojo en toda la noche. Sentía un remolino de sentimientos atrapados bajo la piel, su sueño estaba a punto de cumplirse. Hacía ya siete años que entró en la orquesta sinfónica y aunque era el suplente, se sentía afortunado. Al día siguiente iba a sustituir en el concierto de Navidad al maestro Alisius, que había vuelto a desaparecer. Lo hacía a menudo, rumores malintencionados hablaban de su flirteo con el alcohol.
Decidió irse temprano a ensayar, no lo necesitaba, pero tocar el órgano siempre le templaba los nervios. Se sentó frente al instrumento absolutamente emocionado, con las primeras notas supo que algo pasaba. El sonido que salía de su amado órgano era insufrible. Sonaba grave, distorsionado, agónico.
—Esto no puede estar pasando— pensaba cada vez más nervioso. Arreglar un órgano no era tarea fácil, pero en un intento desesperado por salvar la situación a tan pocas horas del concierto, decidió abrir la pesada tapa y lo que encontró lo dejó sin respiración. En una postura imposible yacía su maestro y mentor Alisius. Entonces hizo lo único que se le ocurrió en esos momentos, llamó a su madre.
En cuanto llegó, con una rápida y escrutadora mirada se hizo cargo de la situación y dándole una cariñosa colleja, le dijo —¡vamos espabila!— pero seguía con los pies de cemento. Ella sacó unos guantes de fregar del bolso y con un ágil y certero movimiento se echó al anciano a los hombros y se perdió por el backstage del teatro.
Cuando volvió, su hijo estaba al borde de la lágrima.
—¿Mamá no deberíamos llamar a la policía?
—¡Ay hijo, eres como tu padre, te ahogas en un vaso de agua! A veces, es necesario un empujoncito— le dijo mientras le colocaba un díscolo mechón del flequillo con saliva.
Buen relato. Enhorabuena.
Historia votada 😉👍🏼
En este caso el protagonista no lo entendía... Jejeje.
Me ha encantado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes