«Cuando muera la luz»

La llama tiembla al golpe de los tambores que se acercan. Estamos solos, ella y yo, en la inmensa sala de mármol que la custodia. El fuego se refleja en las columnas pulidas por siglos de historia y se oye el rugir de los pasos que amenazan nuestra civilización. Llegarán y soplarán la vida que le queda a las ascuas que hemos custodiado durante siglos. Y cuando la llama exhale su último aliento, morirá la vida que le queda a nuestro pueblo. Caerán rayos del cielo que partirán los árboles que nos hacen respirar y las piedras se partirán en pedazos que enterrarán la esperanza. Y ya no quedarán personas que quieran luchar contra los invasores. Porque la llama enciende cada uno de nuestro corazones. Y cuanto más arde más brilla nuestra vida. Pero hoy las cenizas cubrirán la ciudad de gris muerte. Cuando atraviesen la puerta que guarda nuestra fuente de energía, nuestra historia terminará.
La luz de la llama parpadea con los gritos de los guerreros que están muriendo por ella. Y yo solo puedo contemplar su esqueleto, ardiendo débil, con impotencia. Las paredes de este templo han visto teñirse de blanco las cabelleras de mis antepasados, que han muerto a la vera de este fuego que nos protegía. Y yo termino aquí. Con el pelo aún fuerte y oscuro. Con la piel tersa y la energía que la juventud me otorga. Impotente ante la llegada de los bárbaros que van a derrumbar los muros que nos cobijan a la luz y a mí. Tal vez en unos años, volverá un guardián que luche contra el pueblo invasor y la llama resurja de sus cenizas como un ave fénix. Pero hoy la oscuridad nos abraza, la vida se consume y el estruendo del enemigo nos acecha.