🌊 En la última riada, provocada por el cambio climático, tu hogar ha sido arrasado. Te has perdido, arrastrado/a por la corriente. No sabes dónde estás y ningún adulto te hace caso...
Vi venir el agua, todos la vimos. Bajaba furiosa, como si buscara culpables. La gente corría entre gritos y empujones. Yo me quedé petrificado, incapaz de mover un músculo. Cuando mi cerebro volvió de su mini letargo, pude reaccionar. Comprendí mejor que nunca, al ver como los mayores lograban cobijo en detrimento de los más menudos como yo, la frase que mi padre decía. -Hijo, nunca te dejes pisotear por nadie, recuerda que el pez chico siempre se come al grande. Antes de que el agua me golpeara con su rabia, y cuando ya me sobrepasaba la cintura, pedí ayuda a los mayores que pasaban cerca de mí, y en esta ocasión comprendí una frase que decía mi madre. -Hijo, que cada palo aguante su vela. Por fin mis pies consiguieron zafarse del suelo, pero fue por la acción del agua, comencé a bajar por la calle principal del pueblo a la misma velocidad del río de agua turbia que me transportaba. Me agarré a una tabla de madera y no sin esfuerzo logré tumbarme encima de ella. Había gente que habían conseguido trepar a los tejados de las pocas casas que todavía quedaban en pie, convirtiéndose así, en testigos de excepción de aquel desastre medioambiental. A pesar de la mezcolanza de sonidos que invadían mi cabeza, podía oír a los observadores de los tejados. -Esto es por el cambio climático. -decían unos. -Nos vamos a cargar el planeta. -apuntaban otros. Después de navegar varios centenares de metros aguantando mi vela, logré aterrizar en la orilla. Al otro lado estaban mis padres, llorando, creyendo que habían perdido al pez chico. Yo en cambio sonreía, sabía que los peces gordos habían sobrevivido.
Saludos Insurgentes