Habíamos quedado en un pueblo remoto, lejos del conflicto. Un contacto en común lo había gestionado, y confiaba en que apareciese. Cuando entré por la puerta, no tuve problemas en reconocerle. Cuerpo de niño y ojos de hombre, fumando y apurando una bebida que hedía a alcohol desde donde estaba. Me presenté y empezamos a hablar. Entre lo que chapurreábamos, él inglés y yo lengua local, nos pudimos entender. Para evitar represalias, le pedí que me diese un seudónimo. Lo pensó unos segundos, y respondió:
-Jonás. Como el de la ballena.
-¿Has leído la Biblia?
-A cachos. Es de lo poco que recuerdo de mi infancia. Y a mi madre.
-¿Cuánto hace que no la ves?
-Hace... ¿Cuatro años? Puede ser. Mi padre tenía deudas y me vendió. Éramos seis, demasiadas bocas, y yo era lo bastante mayor para interesarles pero muy joven para ser de utilidad en la familia. Una decisión fácil.
Mientras hablaba, notaba como los parroquianos nos rehuían, algunos marchándose del bar asustados.
-Me llevaron a un campamento, con otros chicos. Se me da bien cumplir órdenes. Aprendí a luchar, a sobrevivir. Soy útil, confían en mí y me dan privilegios. Es lo que me ha tocado vivir. Podría ser peor. De los chicos con los que entré, soy el único que sigue vivo.
-¿Tienes algún sueño, aspiraciones...?
-Guardo dos balas siempre en mi bolsillo. Una es para mi padre, cuando le encuentre. La otra es para mí.
Me pregunta la hora, y tras decírsela se levanta. Debe volver al cuartel o será castigado. Me hago cargo de la cuenta y nos despedimos.
No sé que será de Jonás actualmente. Tal vez haya caído en un conflicto armado, o haya podido escapar de su destino y empezar una nueva vida. Prefiero pensar lo segundo.
Desgarradora historia compañero.
Gran narración, enhorabuena
Saludos Insurgentes