Es una pieza menor.
Un trapo rojo colocado al final del pasillo. Un trozo de tela raído que parece más dejado de la mano de Dios que expuesto en un museo.
Tan poca cosa que ni siquiera está protegido por un vidrio. Como la mayoría del gran público, el curador de este evento tampoco sabe que Martina llevó ese pañuelo en todas sus interpretaciones; desde las primeras actuaciones en teatruchos de barrio hasta en los grandes papeles que le dieron fama mundial.
Que la convirtieron en la más importante actriz de su generación.
Y que, lamentablemente, la alejaron de mí. De mí y de la realidad, y que la terminaron por sumir en los excesos, las drogas, el sexo con desconocidos y, finalmente, el suicidio.
Que hicieron de ella un joven cadáver bonito que mitificar.
Lo veo allí, solo, ignorado, intrascendente.
Y la tentación se hace posibilidad para dar paso a la necesidad: he de llevarme ése último recuerdo del amor de mi vida.
Con discreción, lo agarro y, entre mis dedos, se escapa la esencia de Martina.
De repente, y sin saber si es realidad o sólo un juego cruel de mi imaginación, viajo décadas en el tiempo.
Hacia atrás, hacia el día en que nos conocimos.
Estoy haciendo cola en la puerta de un teatro. Soy un actor amateur y hay una audición. Una morena pizpireta baja las escaleras con prisa, parece que acaba de hacer el casting.
Por su sonrisa, cree que todo ha ido bien, muy bien, y en su alegría, un pañuelo rojo se escapa de su gabardina.
Está en el suelo.
Lo recojo.
Si me lo quedo, viviré una nueva vida. Distinta, desconocida, sin Martina.
Si se lo entrego, la amaré, tocará la fama con los dedos y me destrozará.
La vida es cuestión de elecciones, supongo, y casi nunca hay tiempo para meditarlas.
- Disculpe, señorita, creo es esto es suyo...
Me ha gustado ^^