Mi mejor amigo era una especie de gurú del amor. Un licenciado en el ligoteo. Un académico de la seducción. O como queráis llamarlo.
El resto no solíamos escucharlo porque siempre hablaba con ese aire pretencioso que tanto nos enervaba. No fue hasta pasados los años cuando nos dimos cuenta de que tenía razón. El muy pájaro. Yo recuerdo especialmente una frase:
«Todos sentimos lo mismo cuando nos enamoramos. Pero no todos lo expresamos de la misma manera».
Yo recurría a la música. Igual que tantos otros. Pues bien, según me transmitieron mi abogado primero y el juez después, existía una persona que se había enamorado tanto como yo y su forma de expresarlo había sido tan parecida a la mía que apenas había margen para la comparación. Dos canciones como dos gotas de agua ¿El problema? Él compuso la suya antes. Creo que ya podéis intuir hacia dónde va todo esto…
El éxito que tantos meses de trabajo me había costado cosechar me fue arrebatado de una bofetada. No es que no pudiera dormirme en los laureles, es que ni siquiera me habían dejado recostarme sobre ellos. En su lugar, yacía tumbado boca arriba con las manos entrelazadas en la nuca, con la mirada clavada en la pared de barrotes que se alzaba a mi lado.
Apenas habían transcurrido veinticuatro horas y ya creía haberlo asimilado todo. En este mundo no hay cabida para las segundas oportunidades. Los errores se pagan y no necesariamente con dinero. Yo seguía sin saber cuál había sido el mío. ¿No haber revisado detenidamente todas y cada una de las canciones de la historia en busca de acordes repetidos? ¿O quizá enamorarme?
Supongo que lo dejaré en eso último. Queda mucho más poético. Espero que, cuando me reduzcan la pena, al tribunal le sirva como pretexto.
Si no, estoy jodido.
¡Enhorabuena!
De lectura ágil y directa, me ha gustado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes