Por un desfiladero nevado un todoterreno circula despacio sobre el hielo.
—No siento el cuerpo desde que salimos de Oymyakon —dice la visitante.
—Ciertamente, estas temperaturas son infrahumanas. Bueno, ya estamos. ¡Bienvenida a Efévresi!
Una gran masa de roca empieza a moverse lateralmente, introduciéndose en la pared de la montaña. Cuando el coche accede, la joven es incapaz de cerrar la boca.
—Nadie se atreverá a buscarnos aquí. Como tenemos energía inagotable hemos creado un microclima acogedor. Bajemos.
—¡Está lleno de plantas y árboles y hasta parece que esté soleado!
—Hemos recreado la figura de un sol perpetuo.
Se acerca animosamente un grupo de hombres con ropajes de otros tiempos.
—Bienvenida, Caroline. Hacía tiempo que no incorporábamos nuevos talentos. Me llamo Nikola.
—No me extraña. Nadie sabe de este sitio.
—Y así debe continuar. Lo que hacemos aquí es demasiado avanzado para el mundo actual. No me imagino qué podría pasar si alguien con afán de dominación se apropiara de nuestros inventos.
—Con mis juguetitos eso no pasará —observa otro hombre.
—Te presento a John Worrell. Crea máquinas que activa con su cuerpo etérico. Es todo un personaje. Pero no perdamos tiempo. Queremos que veas algo. Ponte antes estas gafas.
—¿Para qué sirven?
—Es la única forma de entrar en la biblioteca. Con ellas podrás ubicar su entrada y además te protegerán en la esclusa.
—¿Protegerme?
—En ese espacio entre cancelas se emiten unos rayos que si atraviesan tus ojos o párpados te los carbonizarían.
—Vaya.
—En la biblioteca se conservan los libros escritos por nosotros y nuestros antepasados. Todavía no deben salir de aquí.
Una vez dentro, Caroline mete la mano en su alforja y saca un tocho de folios sueltos.
—Está sin encuadernar. Guardémoslo aquí hasta que el mundo esté preparado para hacer buen uso de la teletransportación.
Da para una novela, sin duda.
Saludos Insurgentes