«Entrañas»

Dicen que no hay mejor sombra que la de un buen árbol. Aquel era el árbol de mi infancia, donde construí mi primera casa, el que me columpió bajo el soporte de sus ramas, el que servía de respaldo en mis lecturas vespertinas. Aquel que recibia nuestros abrazos y que apenas llegabamos a rodear entre todos. Soportaba tormentas, lluvias torrenciales, vientos tempestuosos, el paso de los veranos, inviernos, primaveras e incluso sus lágrimas de otoño. Pero murió por el enemigo más cruel, el egoísmo humano. El lugar que ocupaba era valioso para aquellos que sin escrúpulos querían sustituir décadas de fidelidad natural por intereses personales. De nada sirvió encadenarnos a su tronco, bueno, sí, de algo sirvió, para ver como mientras lo arrancaban de nuestros pies, algo dentro de él también terminaba. Solo pude obtener su tronco desgastado por el tiempo y los años que nos cuidó. Mi padre lo guardó con esmero y no sin dificultad en el pequeño cobertizo que fue su tumba. Allí trabajó duro con sus manos y herramientas para cumplir un sueño, abrir la primera librería del pueblo para contar sus historias. Nuestro árbol muerto fue su testigo vivo de cada palabra que plasmó en sus lienzos de páginas blancas. Este es el tocón de aquel árbol, donde todos los clientes se sientan a ojear a sus autores favoritos. Gracias hijo por continuar el sueño de tu abuelo, mi sueño y ahora el tuyo, mantener abierta la puerta de los sueños en este pueblo, la "Librería Entrañas". 
- Disculpe, ¿es cierta la historia de está carta enmarcada en la pared que acabo de leer?
- Sí, señor, fue encontrada en la última remodelación que hicimos, enterrada junto a los cimientos. Déjeme contarle porque somos la librería más antigua del mundo, siéntese en el tocón.