«El libro de Besalú»

Salí de la casa que había alquilado en Besalú en busca de inspiración. Era una fría tarde de invierno y el viento silbaba, helado, golpeando las aristas que formaban las caóticas calles. Caminé, disfrutando de la calma que la tarde cedía con los negocios cerrados y las aceras despejadas. Cerca del puenta vi una ventana que escupía una tenue  luz amarillenta. Sobre la puerta, un tablón de madera roído por el paso del tiempo anunciaba: «Libros y otras cosas necesarias».

Una señora mayor con marcadas arrugas y pelo lacio de color blanco, aguardaba tras el mostrador.

—¿Es usted escritor ,verdad? —preguntó mirando por encima de las gafas.

—Sí... ¿Cómo lo ha sabido?

—Tengo algo para usted.

Sacó un polvoriento tomo con tapa de cuero gastado.

—Lástima que no esté en venta, considérelo un préstamo. Eso sí, necesitaré una señal.

Señaló la cadena de mi cuello, un guardapelo con la foto de mi difunta esposa.
Dudé, no saben cuanto, pero algo que no sabría describir me llevó a aceptar aquel inusual trato.

Imbuido en la lectura las noche pasó rápida y discreta hasta llegar la mañana.
Aún hipnotizado por lo que en sus páginas había hallado, volví a devolver el libro.

Donde antes había una ventana ahora había una cristalera y la pequeña puerta lucía de moderna madera lacada. El rótulo de estridentes colores decía: «Libros y otras cosas necesarias: desde 1893»

Accedí, confuso, en busca de respuestas. Tras el mostrador colgaba una foto en blanco y negro de la mujer.

—¿Quién es? -pregunté al tendero

—Era mi abuela, la fundadora de esta tienda. —contestó con cerrado acento catalán.

Marché, aturdido, sin siquiera despedirme.

¿Y el libro? Os preguntaréis. Lo quemé al salir del pueblo y su contenido vendrá conmigo a la tumba.

¿Y la cadena? Nunca la eché de menos.