Nunca había tenido la oportunidad de ir a la que fue la casa de mis abuelos maternos donde mi madre se crio. Se encuentra cerrada y llena de trastos que mi tío con síndrome de Diógenes ha ido acumulando. Estaba decidida a ir y adentrarme entre esas paredes. Abrí aquella cerradura llena de ilusión y tristeza por no haber compartido ese espacio tiempo con ellos y unas lágrimas cayeron por mis mejillas. La casa estaba llena de polvo, muebles viejos, rotos, paredes invadidas por la humedad. Me adentré en la habitación de mis abuelos, tan sólo quedaba en pie el escritorio en el que mi abuelo llevaba sus cuentas cubierto por una sábana vieja. La retiré y allí pude encontrarme con sus enseres de escritorio, varios cuadernos apilados, lápices con la punta desgastada. Una cajita de madera rectangular llamó mi atención. Estiré mi mano hasta alcanzarla y un latigazo recorrió mi brazo como una descarga eléctrica, cerré mis ojos del dolor y lo vi a él, mi abuelo al que siempre he admirado guardando un sobre en esa misma caja. Cuando abrí los ojos la caja estaba abierta y unos cuantos papeles estaban en su interior, tomé el sobre y dentro había una postal con una fotografía suya vestido de militar. En el reverso decía:
Querida amada mía,
Nos han permitido haceros llegar esta postal para que no os olvidéis de nosotros, los que hemos marchado al frente. Siempre os tengo presentes mi amor. Espera mi regreso, porque pronto volveré prenda de mi corazón. Tuyo siempre.
José.
Saludos Insurgentes.