Lucy entró a ver a su abuela un tanto preocupada. Tenía que presentar un trabajo sobre la sociedad desigual en el siglo veinte y no sabía qué escribir. Su abuela le presentó a una amiga de la residencia de mayores.
—Mary, te presento a mi nieta Lucy.
Los ojos de la chica se fueron directos a una fotografía que había en su mesilla de noche.
—¿Ese de la foto es Martin Luther King?
—Claro que sí, jovencita, es Martin. Era un chico muy agradable del pueblo de al lado.
—¿Lo conoció?
—Por supuesto, querida. Y también participé en varios de sus actos, como en el boicot de los autobuses, aunque me gustó más el boicot de las fuentes.
—No he oído hablar de esa historia.
—Pues fue un par de años después de que ganáramos la batalla de los autobuses. Queríamos aumentar nuestros derechos y, no sé si lo sabes, pero no podíamos hacer las mismas cosas que los vecinos blancos de nuestros pueblos.
»No podíamos sentarnos en los mejores sitios del cine, no podíamos ir a sus restaurantes… No podíamos, ni siquiera, beber de las fuentes públicas de los parques. Al menos, no de todas; algunas indicaban que eran fuentes para los “colorados”; las que peor sabor tenían.
»El boicot consistió en beber de todas las fuentes, las nuestras y las suyas, convirtiéndolas en las de todos. Hicimos colas interminables en cada una de las fuentes que habían en Montgomery y muchos otros pueblos de alrededor.
»Elegimos la semana más calurosa del año. No lo llevaron bien, pero poco pudieron hacer. Después del escándalo de los autobuses, haberse propasado con nosotros hubiera jugado en su contra...
Mary pasó toda la tarde contando a la joven Lucy, una docena de historias para ayudarla a completar su trabajo. Sacó un sobresaliente.
Saludos Insurgentes