¿Ahora qué? ¿No es la situación anhelada hace apenas una hora?¿Es que no puedo controlarme?¿Es que los vecinos merecen este riesgo?
El fuego. Las llamas. Su olor, la humareda que levanta, el calor que irradia...Desde que tengo uso de razón, me fascinan todos estos elementos, fantaseaba en el colegio, por las noches, mientras jugaba...fantaseaba en el sentido de que mis impulsos me conducían hacia la génesis del fuego. No es que quisiera ver fuego, cualquier fuego originado por desconocidos para contemplarlo extático, no, era más que eso. Era hacer nacer el fuego, originar la llama primigenia, con la chispa adecuada, y verlo desde su creación, crecer y crecer, retroalimentarse entre sí. Dar vida al fuego, admirar cómo va ganando espacio y tamaño, al mismo tiempo que sentir de cerca, a través de todos mis sentidos, su potencia, su fuerza, su yo: contemplar su color rojoamarillo, notar en mi piel el calor cercano, oler la intrépida combustión, saborear en mi boca su árido dulzor, y escuchar ese chispotear de las bravas llamas crecientes.
El fuego creado era para mí una criatura viviente, que luchaba por mantenerse activo, por arrasar con todo, esquivando enemigos y tomando conciencia de que la multitud quería acabar con El.
Y ahí estaba yo, en la azotea, tras haber provocado un fuego en la última entreplanta de mi bloque de pisos, creyendo que iba a poder controlar su empuje, y sofocarlo antes de que fuera a más. Pero no pude. Ni refrenarme en originar el incendio, ni mantenerlo por unos minutos. Estaba boquiabierto observando su belleza, era un crimen ahogarlo...Y se me fue de las manos, saltando las alarmas anti incendios y empujándome a la azotea, con todos los vecinos abajo, y yo, señalando mi culpabilidad, a punto de saltar al colchón que me ofrecen los bomberos.