«El ninot»

A la una de la madrugada Vicente decidió que ya estaba bien. Se había quedado solo en el taller fallero, terminando uno de tantos ninots que conformarían la falla de Campanar.

Estaba manufacturando el porrito que le acompañaría los diez minutos que había caminando hasta su casa, cuando el fuerte impacto de una herramienta sobre la nuca le dejó inconsciente.

Despertó cuarenta minutos después, impregnado de alguna sustancia química. Tirado en el suelo, su cerebro se fue activando lentamente, y ante él apareció una figura que poco a poco fue cobrando forma. Era un ninot, una caracterización de Miguel Bosé.

El muñeco, inmóvil, emitió una voz de diablillo de dibujos animados.

-Vicentico, cabró, ¡vas a arder! ¡Jejejeje!

Vicente pensó que aquello era una broma de muy mal gusto. Pero cambió de parecer cuando el ninot movió su brazo de cartón. Miguel Bosé tenía una cerilla prendida entre los dedos.

-Pero qué collons... -musitó el agredido.

Vicente entendió que lo que le empapaba ardería de inmediato. Se levantó y, aterrorizado, corrió hacia la puerta.

-¡Vine ché, vine! ¡Yo te vacuno! ¡Jejejeje! -amenazó Miguel Bosé.

Vicente sacudió la puerta sin éxito: estaba cerrada y no tenía las llaves. El ninot se acercaba con paso mecánico y un sonido como el crepitar de las palomitas de maíz.

Miguel lanzó la cerilla a Vicente y una llama fulgurante le envolvió.

-¡Fill de putaaaa! -gritó Vicente, ardiendo y abalanzándose sobre el ninot.

Ambos fueron alimento de las llamas durante quince minutos. El chorro de agua de una manguera acabó sofocando el fuego.

Uno a uno, todos los ninots del taller rodearon el cadáver carbonizado y humeante.

-¡Arderemos por última vez! ¡Jejejeje!
-¡Y ellos con nosotros! ¡Jejejeje!
-¡Todos ellos! ¡Jejejeje!
-¡Jejejeje! -se escuchó por media Valencia.