«El olor de los libros»

Llevo un cuarto de hora dando vueltas. No puede ser tan difícil; es un pueblo pequeño. El último lugareño al que he preguntado me ha indicado que está situada en la esquina que forman la Calle el Pozo y la Plaza Mayor. 
Me he trasladado desde el País Vasco al páramo leonés después de leer un artículo que hablaba de librerías con encanto en zonas rurales. Resulta curioso que un pueblo que como únicos establecimientos cuenta con una farmacia y un bar (cómo no, el bar no puede faltar en ningún pueblo de España por pequeño que sea) tenga una librería de viejo con libros antiguos y descatalogados. 
Y aquí estoy, bajo un sol de justicia, a 33 grados a la sombra. En las calles no hay ni un alma. Solo a un tipo del norte, acostumbrado al sirimiri incluso en verano, se le ocurre pasearse a mediodía.
Miro a un lado, a otro. Decido sacar el móvil y hacer una consulta en Google Maps. Pero no encuentro nada. Lo extraño es que huele a esa mezcla de almendra y vainilla que desprenden los libros que ya tienen años.
A lo lejos se acerca una chavala, tendrá diez u once años. Viene comiendo un helado que le gotea por la mano y el brazo.
- ¡Hola! ¿Buscas a alguien? Pareces perdido - me sonríe con las comisuras de los labios manchadas de chocolate.
- Busco la librería. Pero me siento como un tonto porque no logro encontrarla - me encojo de hombros.
- Está justo detrás de ti.
Me giro y no veo más que una pared con un grafiti que pone "Quintos 1992".¡Esta enana me está tomando el pelo!
Me tiende la mano pegajosa. No dudo ni un momento. Juntos, atravesamos la pared y un mundo de letras se muestra ante mi.