Entra atemorizada por la oscuridad del lugar. El destello de un relámpago deja ver una enorme silueta. Un hombre más fuerte que ella permanece recostado en la oscura y húmeda bodega. No se mueve. Tirita. La mujer se acerca a él movida por la curiosidad. El se levanta en un ataque repentino de celos gimiéndole mientras ella da un salto hacia atrás y se retira asustada. En el exterior la fuerte tormenta sigue arremetiendo contra ella prueba del enfurecimiento de los dioses. Aquel vil hombre de pelo enmarañado y boca ancha la acecha como un perro que vigila su guarida. Lejos de amedrentarse coge una piedra y golpea su cabeza dejándolo inconsciente.
Observa a su alrededor. Un montón de hojas secas y varias ramas forman parte de un lecho.
Con dos palos pequeños y un puñado de hojas y comienza frotar con sus manos uno de ellos sobre el otro haciendo giros de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Mientras el corpulento hombre parece que ha recuperado la conciencia. La observa atento, sin moverse, callado. Una mujer con una piedra era un arma de guerra. Se siente confundido. Mientras, de aquellos palos comienza a salir un hilo de humo. El olor a tierra mojada se entremezcla con el olor a fuego. Las hojas comienzan a arder proyectando sombras misteriosas en la cueva. La mujer aviva el fuego con varias ramas dejando ver su silueta ante aquel cavernícola que yace tembloroso ante la fiebre.
El neanderthal a penas puede moverse, los escalofríos lo inmovilizan y un frío sudor le cae por la frente. Absorto ante el poder de aquella mujer sapiens que había puesto fuego en sus manos cae rendido a su destino creyendo que su fin está cerca. La suerte está echada.