«El recuerdo príncipe»

Podría haber desaparecido ayer igual que podría haberlo hecho hacía meses sin siquiera darme cuenta. No hasta que me llamó como lo hacía él y no sentí nada.

Nunca había sido de esa clase de chicas con una biblioteca de la memoria impoluta. Muchos libros habían desaparecido con el tiempo. Algunos, incluso, eran robados cada noche apenas terminar de leerlos y sin darme la oportunidad de volver a echarles una ojeada. Pero aquel no era un libro cualquiera.

Tenía su espacio designado. Sus secuelas y posteriores ediciones se colocaban con mimo a su alrededor, valiéndose de él como apoyo y basando sus hojas enredadas y afiladas en las de aquella primera historia, suaves, ordenadas y estudiadas al detalle. Ahora, se habían desmoronado unas sobre otras de un modo tan caótico que hacía ver imposible colocarlas de nuevo.

No sentí nada cuando me llamó como él y no pude recordar su voz al hacerlo. No pude volver a ver sus ojos sonreír en la página ciento veintidós, tampoco pude escuchar como su risa retumbaba en las paredes de la biblioteca al abrir la página treinta y cinco.

Cuando me llamó como él lo hacía, extendí el brazo hasta el centro de la estantería más alta de la biblioteca para dar con el vacío y un libro nuevo apareció en la del lado opuesto. Uno oscuro, gordo y pesado que hizo sufrir al estante y amenazó con caerse.

Corrí con desesperación hacia él y lo abrí con violencia provocándome dolor de cabeza. No había nada en la página sesenta y ocho, ni en la cuarenta y dos, ni siquiera en la noventa y cuatro. Moví las hojas con urgencia viendo letras incomprensibles, frases inconexas, párrafos a medias, y entonces allí, en la última hoja, no sentí nada.