«El regreso a casa»

Año I A.C., Italia

Tras cuatro años de batallas esporádicas Lucio volvía a casa.

A lomos de su caballo, le quedaba poco para arribar a la viña de sus progenitores cuando vio un hombre herido apoyado en un árbol. Tenía una fea herida en la cabeza; la sangre manchaba su túnica blanca.

Se bajó del caballo, inspeccionó al herido y preguntó:

–¿Qué habéis hecho para tener semejante brecha?

El hombre levantó la vista, le miró, y furioso respondió:

–¡Cagarme en vuestro padre!

Ante tal ofensa Lucio sacó su espada del cinto y, al grito de «¡Serás desgraciado!», atravesó su corazón, dejándole muerto.

Confundido, Lucio llegó hasta su hogar.

Encontró a su madre, muy nerviosa, dando vueltas por el patio. Tras un abrazo protocolario Lucio quiso saber qué pasaba.

–¡Hijo mío, si te cuento lo que pasa no sé qué será de nuestra familia! ¡No puedo!

–Entonces que padre me lo explique.

–¡No!

Lucio entró en la casa y fue derecho al despacho de Tiberio, su padre. Le causó tremenda curiosidad ver lo que parecía una deposición en el suelo.

–¡Lucio! ¡Has vuelto! –exclamó Tiberio tras él.

–¡Padre! ¿Se encuentra bien? ¿Qué está pasando?

–Yo... Tengo problemas de estómago. Ahora lo recojo.

Prefirió dejar que acabara sus asuntos y regresó al patio. Pero su hermana, por sorpresa, le asaltó. Se saludaron brevemente y pidió respuestas.

–¿Recuerdas a Casio, el chico con el que jugabas de pequeño? Resulta que padre estaba encaprichado con él y le pagaba por hacerle ciertos favores, ya me entiendes. Una de las cosas que le pedía por placer era que le defecara encima, ¿lo puedes creer? Madre ha entrado cuando eso ocurría y le ha estampado un jarrón en la cabeza al pobre Casio. Todo esto acaba de ocurrir.

Lucio ataba cabos ahora.

–¡El desgraciado tenía razón!