Miré hacia delante. El bloque de apartamentos ardía con gran intensidad, como si el fuego tuviera mucha prisa en destruirlo. Las llamas salían a borbotones a través de las ventanas cuyos cristales habían estallado previamente al humo que ascendía formando una columna de humo de un oscuro indescriptible. La gente de la calle llamaba insistentemente a los bomberos. Estos no llegaban, la distancia a recorrer era grande y el intenso tráfico tampoco facilitaba su aparición. Seguí observando la terrible escena cuando alcancé a ver a una persona en la azotea. Sí, era un hombre, gritaba, estaba asustado, realmente su vida corría peligro. Cada vez acudía más gente a observar el dantesco espectáculo. De vez en cuando se escuchaba la explosión de nuevos cristales…
El humo negro lo llenaba todo, no quedaba nada al descubierto, corría, ascendía, asfixiaba, oprimía, no dejaba nada sin destruir, el infierno sin duda debía de ser algo parecido. Las personas que se encontraban debajo de las viviendas no se podían acercar, querían ayudar a aquel hombre que rezaba a todos los santos que se apiadaran de él. Los bomberos no hacían su aparición y aquel hombre ya no soportaba más la agonía. Se subió a la repisa, era lo único que quedaba libre del pasto de las llamas, miró hacia abajo, la altura era mortal…
Tengo que reconocer que aquel día me dormí en la butaca del cine y que tendré que volver a ir si quiero ver el final. Eso sí, una jornada en la que no esté tan cansado.