No va a volver. Tiene que resistir, demostrar que puede cazar. Es mujer, no le corresponde esa tarea, pero su hombre murió hace una semana y no quiere volver a aparearse con nadie simplemente para conseguir alimentos. Aunque si no tiene comida, su hijo pasará a otra familia. No lo permitirá. Ella puede cazar, recolectar, guerrear, lo que sea.
Por eso se encuentra en este reducto del monte, donde pasará sola la noche e intentará cazar algo al amanecer. Su hombre la adiestró bien, la dejaba practicar. Era buena cazando, ahora tiene que demostrarlo. La noche es fría, pero tiene las piedras de fuego. Con unas ramas secas prepara una pequeña hoguera, como su nombre Enya, así ahuyentará los malos espíritus y podrá calentarse un poco.
Debe mantenerse despierta por si algún animal la ataca. Escucha el murmullo del viento entre los árboles y los aullidos del lobo a lo lejos. De repente un ruido diferente suena a su espalda, rápidamente se vuelve y ve unos ojos oscuros. Coge firmemente el cuchillo y se pone en posición de ataque. No es un animal, tampoco un humano como ella. Tiene mucho pelo y una mandíbula prominente. Lo reconoce, es uno de los Otros y está mirando sorprendido el fuego.
─ Yo, Enya ─le indica golpeándose el pecho y después señala la pequeña hoguera. Muy despacio, suelta el cuchillo y frota las piedras de fuego haciendo saltar chispas.
─ Enya ─repite con una sonrisa. Él intenta decir su nombre.
─ Nnenia, Nena...
Elena se despierta sobresaltada. Se ha quedado traspuesta en la hamaca, con el embarazo se duerme fácilmente. Se levanta torpemente con la barriga inmensa que tiene, mientras oye gritar a su marido:
─ ¡Nena, ven a encender el fuego de la barbacoa, que llevo media hora intentándolo y nada!