Giosué tenía los ojos hinchados. La misma pesadilla le había despertado sobresaltado y con lágrimas en los ojos: huía, de la mano de su madre, de un tren de mercancías. De repente, su madre gritaba y, al darse la vuelta, veía cómo era absorbida por la puerta abierta de un vagón.
Se lavó la cara, se puso el uniforme y, con un café frío en un vaso reutilizable, se subió a la furgoneta de reparto para empezar la jornada.
El dolor de cabeza crecía con cada porterillo que hacía sonar.
- ¡Paquete! - dijo de forma automática.
No había portal que Giosué no conociera. O eso creía.
- Número 07397 - leyó frunciendo el ceño. Una nomenclatura un poco rara, a decir verdad.
Sólo había una puerta en todo el recinto y, a medida que se acercaba, la presión de la sien aumentaba. A dos pasos de ella, la puerta le absorbió al igual que el tren de sus sueños lo hacía con su madre.
Cayó, con un golpe seco, boca arriba. Hacía frío y vestía un uniforme oscuro, ceñido y sucio. Apenas a unos centímetros de su mano izquierda tocó un arma. Cuando acertó a enfocar el horror se apoderó de su cuerpo: un escuálido hombre hacía fila para transportar con dificultad una roca. Y no lo dudó.
- ¡Guido! ¡Guido Orefice! - gritó.
El hombre, vestido con un pijama de rayas, se giró sonriendo al escuchar su nombre, pero al ver el uniforme y el arma, aceleró el paso y se perdió.
No podía creerlo, ¡estaba en una película! Y sabía dónde era, había visto esa escena mil veces.
Con desesperación, buscó entre las sucias literas de todos los cuartos del campo de concentración hasta que encontró aquellos aterrados ojitos brillantes. Debía ayudarle a ver que la vida es bella.
Una preciosa forma de contar lo triste de la historia que narra esta obra de arte.
Una de mis películas preferidas.
Enhorabuena!
Saludos Insurgentes.