«Fiesta de la cosecha, setas, y la búsqueda del infante perdido»

Toda la gente de la aldea había estado afanada preparando la fiesta de la cosecha. Era el momento perfecto para escabullirse e ir al bosque a buscar setas. Las últimas lluvias harían que saliesen muchos hongos, haciendo más abundante la recolección.

Paso a paso, me alejé por la senda que llevaba al monte y al bosque. Iba feliz cogiendo setas y de vez en cuando daba algún bocado a alguna para celebrarlo. A veces confundía las hojas caídas con setas. De tanto mirar al suelo sentí un mareo, levanté la vista y nada más que vi árboles y más árboles rodeándome. La noche estaba cayendo y un suave viento empezaba a silbar entre los árboles, arrastrando hojas consigo. A lo lejos escuché voces llamándome por mi nombre. También veía algunas llamas lejanas que iban acercándose. La luz de la luna llena iluminaba un claro en el que decidí recostarme para aguardar a mis semejantes, que venían a buscarme. Ese suave viento se convirtió en tempestad y la lluvia hizo su aparición de forma inesperada y torrencial, apagando todas las antorchas. Quise gritar y un hilo mudo apenas salía de mi boca. Quise reincoporarme, pero la rigidez era tal que no podía doblar las piernas.

Tan solo sentía un dolor anestesiante que iba creciendo dentro de mí. Un dolor, que sentía cómo iba recorriendo todos mis músculos, paralizándolos. Las voces de mis vecinos pasaron de largo llamándome, y apenas pude percibir que ya ni siquiera podía abrir los ojos. La agonía se alargó unos minutos más en los que mi mente daba vueltas sin parar a la idea de que no debería haber salido solo, ni mucho menos haber probado todas las setas que había ido encontrando.