«Samhain»

-Vaya, vaya, si la fiesta ha comenzado y no nos habéis invitado... Estoy tan disgustado... A ver qué opina mi hacha. ¿Qué? ¿Cómo dices? Ah, ya entiendo... Al hacha no le gustan las descortesías y a mí no me gustan los aprovechados. ¿¡Cuántos saqueos habéis sufrido desde nuestro acuerdo!? Ah, es verdad... ¡Ninguno! Y no nos invitáis a la fiesta, estoy tan disgustado... ¡Fuego!

-¡Un momento!

Así habló el más anciano de la aldea, interrumpiendo momentáneamente las ansias de saqueo. Todos estaban asustados e, incrédulos, miraron a Comio que se interponía entre ellos y la destrucción.

-Valientes hombres curtidos en la refriega, hijos de Tutatis ¿por qué venís con ganas de conflicto? ¿Acaso alguna vez se os ha cerrado alguna puerta? ¿O despedidos de malas maneras? ¿O, peor aún, negado alguna vez alimento y refugio? Nunca. Somos gente pacífica y honrada, pero no temeremos en desenfundar las espadas, pues ahí me ice yo hombre y leyenda y acudiría a la llamada por cada uno de los míos y, si acuciara necesidad, acudiría con vosotros tras reunir a todos los valientes que hubiera disponibles, pues no os considero conocidos ni, mucho menos, extraños, sino amigos y compatriotas, así que, buen Cálgaco, estréchame tu mano y siéntate a mi vera, pero no vuelvas a venir con estas intenciones en semejante desventaja. ¿Qué opinarán los que te siguen si prefieres trampas nocturnas al glorioso campo? Y, si la necesidad os oprime ¿por qué no nos pedisteis ayuda?

Tras unos segundos cargados de tensión, Cálgaco demostró su hombría con la diestra y festejaron toda la noche, tanto que no se percataron de que sólo ellos bebieron cerveza... Y no volvieron a despertar.

-¡Hermanos! ¿Creéis ahora que hay que reforzar las guardias nocturnas? Es este un mundo peligroso y debemos estar siempre preparados.