🔥 El bloque de apartamentos es pasto de las llamas. Los bomberos no llegan. Cuenta la historia de una persona que se queda atrapada en la azotea.
Nunca he tenido miedo al fuego, y esta vez no va a ser menos. Quizás lo justo sería decir que nunca le he tenido miedo a la muerte, lo que hace que me precipite irremediablemente hacia las llamas que cortan la salida a mis espaldas. Solo me queda seguir subiendo, mi madre no me permitiría morir sin luchar por lo contrario, incluso en contra de mi voluntad. Así que subo, y subo, y sigo subiendo hasta que me queman los gemelos y topo con la puerta de la azotea. No suenan los bomberos y, contra todo pronóstico, eso me reconforta sobremanera. Abro la puerta que pesa como mil y el sol me ciega tanto que me paraliza y noto el calor de las llamas en mi nuca. Procuro salir y cerrar la puerta sin herirme y me acerco todo lo que puedo al borde. Hay mucho humo y creo que me estoy empezando a marear, y, a pesar de que mi cuerpo tiembla y se agita ligeramente, mi cabeza rezuma serenidad. Me acerco un poco más y me lloran los ojos por el humo, apenas se ven los ocho pisos que me separan del suelo. Qué calor. Mi pie marca con la punta el principio del abismo. No veo nada. ¿Eso que suena al fondo son los bomberos? Mi pie izquierdo se le une al derecho en la línea de meta. No creo que lleguen a tiempo. Me paro en el borde con la sensación de estar ardiendo. No van a llegar, se está complicando el rescate. Pero tampoco pasa nada. Total, ya no hay nada que hacer.
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Lola Ugarte Medina
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Sther Castilla Morcillo
30 ago, 11:54 h
Estremecedor
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