El sonido de aceros chocando llega de todos lados y rebota en los pasillos del templo. Cae la noche y empieza a cerrarse el cinturón de avance del ataque.
Aún estamos a salvo aquí, pero no por mucho más. Mi maestra, Hipareta, guardiana mayor del templo de Hestia, permanece en calma junto al fuego eterno, corazón de la polis.
Eurídice y yo hemos sido elegidos entre sus discípulas, nos ha mandado poner sandalias y mochilas con agua y pocos víveres. Por ser jóvenes y veloces nos ha escogido, por entender nuestro deber y tener menos ataduras que las guardianas mayores. El plan es sencillo, llevar en antorchas pequeñas una llama del fuego eterno para que se pueda volver a re-fundar la ciudad con la protección de Hestia. Correr sin mirar atrás, no dejar que se apague, llegar hasta a Tesprotia y mantenerlo vivo. Cuando nos explicó, pregunté
-Porque no corremos ya? Llegaremos antes a resguardo
-El fuego sólo puede irse si la ciudad cae, hasta entonces resistiremos.
El ruido se vuelve ensordecedor, están aquí. Hipareta nos abraza, enciende las antorchas, e indica
-Corran, Hestia va con ustedes.
Corremos cómo nunca antes, volteo sólo una vez, al escuchar los aullidos de mis hermanas, y veo a Hipareta apagando el fuego eterno, con agua y un pesado disco de metal. La ciudad cae, pero las guardianas no entregan el hogar.