Una noche no era suficiente. Nunca lo sería.
Ella, tenía una hermosa sonrisa en sus labios; la había visto a lo largo de los milenios vestir pieles y miradas distintas, pero ese maldito gesto, incluso si sus labios no eran como los que había contemplado otras veces, seguía siendo ella. Mi condena, mi maldición.
Y, en la noche en que el velo entre el mundo de los vivos y los otros aun por explorar era tan delgado que hasta bestias como yo podían hacerse pasar por meros mortales, yo seguía siendo un necio, por atreverme a dejar las sombras, por creerme que una noche podría marcar la diferencia.
Ella seguía sonriendo, y esa maldita sonrisa me destrozaba. Sabía que en el momento en que sus ojos se posaran en los míos, la maldición se interpondría entre nosotros. Ella recordaría todas sus vidas, y yo le prometería que no había olvidado ninguna de las noches que habíamos pasado juntos, incluso antes, cuando nuestro tiempo no era solo presenciado por la luna. Nos enamoraríamos como siempre hacíamos, porque ella era mía y yo suyo, así nos habían creado…
Una noche era todo lo que tenía… Una jodida noche que me recordaba que jamás podría ser, que éramos un bonito imposible hecho únicamente para romperme en mil piezas.
Una noche tendría, antes de que la maldición cayese sobre ella, pues en el momento en que recordase quién era ella, y quién era yo, estaría sentenciada.
Una noche para amarla, para recordarme a mí mismo que aún sabía cómo sentir, antes de que ella se fuera. Antes de volver a verla morir.
Año tras año, siglo tras siglo… Una noche no era suficiente para mí, ni las miles que habían venido antes…
Y, aun sabiendo lo que iba a ocurrir, di un paso adelante.


Saludos Insurgentes