Soy un héroe anónimo.
Mi pueblo fue atacado por los bárbaros hace dos días. Buscaban la llama sagrada, máxima representación del poder de nuestro Dios en la Tierra: iluminación, purificación y aniquilación.
Un Dios majo donde los haya, sí señor.
Siguiendo con mi historia, como guardián del templo, estuve presente durante todo el altercado.
Para ser sincero, no estoy tan comprometido espiritualmente como cabría esperar de un guardián. Acepté el puesto por eso de la tradición familiar y porque suponía un salario de por vida. Además, el trabajo prometía ser muy tranquilo; solo tenía que cuidar del templo y de su todopoderosa llama sagrada.
Siglo tras siglo, la llama se ha mantenido encendida. Casi toda nuestra religión se basa en que la llama es una protección para el pueblo: Dios está presente y derrama su poder sobre nosotros. Muchos reyes han acudido a ella para que les ofreciera suerte en sus batallas y, para regocijo del pueblo creyente, las ganaban todas.
Me pregunto qué pensarán sobre el poder de la llama los expertos en estrategia que hay detrás de toda guerra. Seguro que están “encantados”.
A lo que iba… Me hallaba en el templo cuando los bárbaros irrumpieron en él. Tras unos instantes de violencia y algunas palabras que no alcancé a entender, el jefe de los bárbaros se acercó a la llama y se hizo con ella. Salieron de allí como si hubieran robado la octava maravilla del mundo.
A mí solo me pareció que salían corriendo con un cirio gordo encendido.
A sabiendas del pánico que cundiría cuando el pueblo se enterara de que se habían llevado la llama sagrada, decidí ahorrarles el disgusto.
Cogí uno de los cirios de repuesto y encendí la mecha.
Asunto arreglado.
Muy bueno :)
"Un Dios majo donde los allá, sí señor". Esa forma de escribir "haya" es escandalosa.