Estaba mareado, aturdido. De pronto, un llanto. Y los susurros de una madre que intentaba calmar la ira recién descubierta de su bebé. Me di la vuelta y vi una mujer, tumbada sobre unas pieles en el suelo. Desprendían el primitivo olor de la sangre caliente. Esa mujer se desangraba. Me miraba confundida, meciendo al bebé entre sus brazos con cariño. Me habló, casi susurrando, en una lengua extraña.
Extendió los brazos hacia mí, ofreciéndome el bebé.
— Ilvet - dijo, con los labios amoratados- Ilvet. Ilvet.
— ¿Ilvet? - dije, confundido, mientras tomaba al bebé de los brazos de su madre.
— Ilvet - afirmó, con un último suspiro, antes de desplomarse contra la pared.
Un golpe en la puerta de madera de la casucha me sobresaltó. Di la vuelta con el bebé en brazos en el mismo instante en que un hombre entraba. Vio la escena y gritó una palabra que no entendí, para después acercarse corriendo a la mujer. Al ver que ella no respondía, se giró hacia mí y me quitó bruscamente el bebé de las manos, al tiempo que sacaba un cuchillo pequeño del cinturón y me amenazaba con él. Le grité la palabra que la mujer me había dicho. Ilveth.
Y noté de nuevo ese extraño tirón en la boca del estómago. De pronto, la estancia en la que estaba no era una casucha de piedra, sino una sala del museo. ¿Qué me acababa de pasar?
— En estas vitrinas de aquí - continuó diciendo la guía - están varias fíbulas de más de dos mil años de antigüedad.
Sin darme cuenta, me incliné hacia una de las vitrinas y vi un cartelito blanco, donde estaba transcrito el grabado que había en una de aquellas fíbulas: Ilvet. Al final, sí que era un nombre.
Sigue así ✍️