Emiliano es el repostero más querido del barrio. Desde niño recuerdo siempre colas llenas los sábados de abuelos que compraban dulces a sus nietos para comer allí. Fue un sueño cumplido trabajar en su pastelería.
Pero duró poco. Un año después, abrieron una sucursal de una famosa cafetería. Precios baratos y sabores plastificados que robó todos los clientes de Emiliano. Al mes siguiente, entró al local el gerente de la cafetería. Pelo engominado, sonrisa de caimán y una corbata de patitos tan hortera que solo podía ser regalada.
Dijo que venía para conocernos, y desearnos una sana competencia, pero sabíamos que venía a regodearse, con intención de ampliar su negocio cuando Emiliano echase el cerrojo.
Hace un mes, fui al local porque me había dejado el móvil. Ya estaba buscando otro trabajo, y necesitaba revisar mis correos. Estaba cerrado, así que abrí con mi llave (tanto confiaba en mí) y fui al mostrador, donde efectivamente lo encontré. Cuando estaba saliendo, oí un extraño ruido en la trastienda. Me acerqué con precaución, pero antes de llegar abrió Emiliano con estrépito. Suele trabajar hasta tarde, pero esa vez estaba bastante alterado. Le dije por qué había venido.
-Muy bien chico, pero vete a casa, mañana empezamos temprano.
Me fui acatando su consejo, rezando porque no notase que algo me había llamado la atención desde la puerta entreabierta de la trastienda: Una corbata de patitos.
Y esa es la historia. Al día siguiente supimos que el gerente había desaparecido. La policía nos hizo algunas preguntas, pero no fue a más. La cafetería cerró, los clientes volvieron con Emiliano, y yo acepté uno de los trabajos que había buscado.
Una cosa más: Durante una semana, Emiliano estuvo vendiendo unas empanadas de carne, una novedad. Todos la alababan, y Emiliano sonreía.
Yo no probé ninguna.
Adiós a los patitos, pensó Emiliano, encima sacó beneficio.
Ja,ja,ja!
Me ha gustado.
Saludos Insurgentes