«Y llegó el big-market»

Santiago regenta un pequeño comercio de ultramarinos en un humilde barrio a las afueras de Barcelona. Hora después de levantarse, a las siete de cada mañana, acude con la misma ilusión de cuando inauguró el establecimiento hace seis lustros. Ahora, con casi sesenta años, ya piensa en cómo va a afrontar el futuro inmediato que tímidamente golpea con nudillos lampiños las contraventanas de su cabeza entrecana.

Mil preguntas para otro millar de respuestas que parecen jugar al ‘pilla-pilla’: siempre las acaricia, parece agarrarlas y, sin embargo, es la nada la que reposa en las palmas de sus callosas manos curtidas en su vasta experiencia.

Pasan y pesan las horas. Son ellas las que se han convertido en sus principales clientes. Mala elección si quiere restaurar o incluso aumentar el flujo de caja, hoy plagada de cierta pelusilla, almidón para la escasa calderilla que tienen a bien dejar varios chavales a cambio de un puñado de golosinas. Pero con eso no basta para aclarar las cuentas con sus acreedores: más que en un sentido estricto de la palabra, son sus colegas de toda la vida quienes juntos decidieron aunar esfuerzos para impulsar la economía del barrio, rescatándola de la acuciante depresión de aquel entonces. 

Los tiempos cambian. Lo que ayer lideraba y sin cuestionamientos, hoy está pensando en qué táctica o nueva estrategia adoptar para capear el temporal de los 'negocios ballena'. Y eso Santiago lo sabe. Es consciente de que con su raquítico presupuesto no tiene el suficiente poder de mercado ni capacidad para desarrollar y sostener, a medio o largo plazo, una mínima ventaja competitiva que le devuelva la dignidad…

No obstante, y le duele en el alma, toma una decisión aun en contra de opiniones allegadas:

«Si no puedes con tu enemigo, hazte franquicia».