«La fuerza de los que siempre tendrán voz»

Hoy grito por los que ya no pueden gritar, pero también por los que no saben cómo vivir, ya que eso nadie nos lo enseñó en la escuela. Hoy grito por los adictos, por los enfermos mentales, por aquellos a los que no van a acompañar al lado de una cama ya que su enfermedad golpea su mente pero no su cuerpo, que es lo que la gente ve. Hoy camino por el bulevar de Urquijo, entre tantos sueños rotos, mientras a lo lejos veo el sitio de mi recreo, como lo vio el gran Antonio. Resumo mis días en las seis vidas que ya he quemado, y en esta última me empeño en hallar un camino de Flores a cada lado. Hoy mi garganta es la tumba de los sueños imposibles, el anhelo de la intangible nostalgia que grita por los que se fueron, y por el riesgo que supone coger un papel e inventar.

Alzo mi voz por aquellos que sufren mientras guardan sus palabras por miedo a que alguien les haga sufrir aún más. Es así como llega el silencio a las gargantas entrecortadas, que se convierten en gargantas calladas. Yo también he escrito para encontrar la salida, sin aspirar ya a la felicidad; únicamente anhelando calma. Antes de este último concierto, soy consciente de que mi voz ya no suena como antes. Escribo microrrelatos porque no sé escribir novelas, es cierto, pero pongo mi alma en cada una de las trescientas palabras, siendo sastre y desastre de historias deslavazadas. Quizá solo sea una voz más de aquellas que la vida intentó apagar, porque no encontraba la mejor manera de seguir viviendo. Una triste voz, a lo lejos, que solo grita cuando se abre el telón y las teclas vuelven a arder. Así de sencillo, así de real.