Al final su madre iba a tener razón y no era capaz de hacer nada bien, pensaba con cierto disgusto mientras las llamas seguían ascendiendo por la escalera de incendios, la misma que debería haber quedado vacía y disponible para su huida si todo hubiera salido según lo previsto. Dentro de poco el fuego devoraría el bloque de apartamentos y su protesta coparía las portadas de todos los periódicos del día siguiente (¿leía la gente todavía las noticias en soporte impreso?), si tenía suerte quizá hasta saliese en la TELEVISIÓN con mayúsculas en vez de únicamente rascar algún minuto en el informativo del mediodía de la cadena local...
Los bomberos parecían estarse retrasando, miró con impaciencia el horizonte, después hacia abajo y después al horizonte nuevamente, ¿es que nadie se había dado cuenta del incendio?, las llamas cada vez estaban más cerca, el calor le abrasaba la frente, ¿nadie advertía el flagrante espectáculo, la columna de humo?
Desde la azotea contemplaba el descanso programado de grúas, excavadoras y demás maquinaria de obra, que dormitaban junto a un gigantesco cartel que anunciaba el glorioso inicio de una nueva era para el ciudadano del futuro gracias a la construcción de una urbanización de lujo que prometía alcanzar cotas de calidad y confort inimaginables aún. “Lo mejor para los tuyos”, rezaba el eslogan ostentosamente, ¿y qué pasaba con los árboles que habían tenido que talar?, ¿es que a nadie le importaba la naturaleza?
Volvió a clavar la vista en el horizonte: ni rastro del camión de bomberos. Resignado, se sentó en una esquina, “Qué quieres que te diga, mamá, has vuelto a acertar”.