«La librería del viejo Tomás.»

-Ahora me gustaría llevarte a un lugar único: la librería del viejo Tomás. -Me dijo.

No habíamos caminado ni cien metros, cuando Albert se detiene y me dice:
-Ya hemos llegado. Entra. Te gustará.

Miro a mi alrededor y no veo más que una calle adoquinada que desemboca en una especie de plazuela en la que no hay nada, salvo algunas hierbas rebeldes que crecen por los laterales.

-¿Dónde? - Le pregunto.
- Ahí. En la librería. - Contesta mientras me señala al centro de la plazuela.

Le miro extrañado, y, entonces parece encenderse una bombilla en su interior.
-¿No la ves? -Me pregunta.
-¿El qué?
-La librería.

Niego con la cabeza, mientras mi estupefacción crece por momentos.

Albert me mira con una expresión entre sorprendido y divertido.
-¡Así que la vieja leyenda es cierta!-Exclama.
-¿Qué leyenda?
-¡La que circula por el pueblo y se transmite de padres a hijos, de generación en generación! La vieja leyenda cuenta que, cuando empezó la guerra y el ejército enemigo comenzó a bombardear y a destruir todos los edificios representativos, la librería se volvió invisible para aquellos que no fueran habitantes del pueblo, con el fin de salvaguardar la cultura y el conocimiento, y de servir de refugio a aquellos habitantes cuya integridad se encontraba en peligro.