En aquel barrio, las casas eran tan blancas como sus moradores y eso, sin duda, haría que ellos destacaran más. Según aparcaban el coche, podían ver cómo las miradas inquisidoras les examinaban desde las ventanas vecinas, intentando averiguar desde el primer vistazo qué hacía una familia como esa en un barrio tan distinguido.
Marcel, cargado de ilusiones y sueños, había sido contratado por una multinacional que quería dárselas de moderna y tener al primer afroamericano entre sus empleados. Kamali, con pocas esperanzas, solo deseaba pasar desapercibida en medio de tanta rubia estirada y poder hacer una vida normal entre los quehaceres domésticos y buscar un empleo. Los gemelos, Alika y Malik, felices y ajenos a la realidad, alucinaban con el jardín de la entrada y las enormes habitaciones.
La vida comenzaba para ellos y no sería tan fácil como le habían prometido en la entrevista de trabajo. La sala de descanso se vaciaba cada vez que Marcel entraba a comer su almuerzo. En las pocas tiendas que Kamali se aventuraba a entrar siempre tenía que esperar paciente a que el vendedor tuviera a bien hacerle caso. Pero lo peor fue en el colegio. Los gemelos cada día volvían con la sonrisa más apagada y, dejarlos por la mañana, era un sacrificio tan grande, que cada vez lo hacía con menos frecuencia, a escondidas de Marcel.
No se atrevían a hablar del asunto porque significaría reconocer su error. Ser unos transgresores en los años sesenta había significado mermar la felicidad de cada uno de ellos. La pintada, tan negra como ellos, que apareció en la fachada provocó la gran conversación donde acordaron resistir y luchar por aquello que merecían: tener un sueño y vivirlo.
Bonita historia.
Saludos Insurgentes
Abrir el camino siempre ha sido difícil, la sociedad ha ayudado poco a esto.