La noche de Halloween siempre fue mi preferida, mejor que la nochebuena, mejor que los carnavales, ¡donde va a parar!
Todos amigos esperaban esta noche expectantes, ansiosos por saber lo que les tenía preparado cada año. Organizaba fiestas en las que cuidaba cada detalle, la decoración, la comida, los juegos, la música. Año tras año, se apuntaba más gente. La verdad que también había quien que me criticaba por celebrar esta fiesta tan anglosajona, ignorantes de que nuestras raíces también son celtas, el verdadero origen de esta noche tan especial y mágica.
Ahora ya soy demasiado mayor para estos trotes y festejos, además ya lo celebra todo el mundo, se ha convertido en una fiesta multitudinaria, no hay bar o discoteca que no celebre la suya propia, pero no es lo mismo. No es diferente a cualquier día del año, solo que con un poco de decoración y algunos disfraces absurdos, demasiado falso y artificial.
Ya hace algún tiempo que celebro Halloween en soledad, cuando cae la noche me gusta salir a la calle, pasear en la oscuridad, recorrer los parques solitarios, observar las parejas que hacen el amor entre los matorrales.
Una noche, solo es una noche al año, que se repite una y otra vez, en la que estoy atrapado, en un bucle sin final. En busca de almas solitarias de las que alimentarme, solo su sangre podrá mi apagar mi sed.
Siempre decía:
—¡Ojalá todas las noches fueran Halloween!
Mi deseo se había cumplido y fue mi maldición.
Muy buena.